La Alameda

"Hola, ¿sí vas a poder venir o no?". Ese fué el mensaje que le escribí desde mi teléfono a su móvil. Llevaba media hora esperandolo y no había aparecido aún. Ni una llamada, ni un mensaje, una cancelación. Nada. Me sentí un poco desconcertada y a la vez tonta por creer que en verdad iría. Un sin fin de gente esperaba igual que yo a que llegaran sus respectivas parejas. Esa plaza siempre a sido punto de encuentro para muchas reuniones. Iban y venían, todos contentos y yo sola, pensando que tal vez estaba haciendo el ridículo y no faltaría el chismoso observador que se diera cuenta que ya llevaba tiempo esperando y probablemente me habían dejado plantada. No quise llamarle porque nunca a sido mi estilo llamar en este tipo de situaciones. Si mando un mensaje y no me confirman, entonces ¿tiene caso llamar si no quieren hablar contigo?. En fin, así paso el tiempo. Solo esperé porque no tenía nada mejor que hacer y porque tenía esa pequeña esperanza de que él llegara.
La noche anterior me había salvado de que me aniquilaran en casa y dormí entusiasmada por lo de hoy. Me levanté temprano, me vestí, me arreglé o al menos hice el intento de verme bien. Calculé el tiempo y pense en llegar con unos 10 minutos de anticipación al lugar, por si necesitaba una última manita de gato o necesitaba pasar al sanitario. Había llegado y él no.
Dieron 10:20... 10:30... 10:50... 11:00 am y nada. Estuve a punto de llamarle, incluso de irme cuando él aparecio. Aprisa, jadeante y gritándome "¡perdón!". Vestía formal, se veía mejor que ayer sin duda: una camisa azúl, un pantalón de vestir oscuro, zapatos de vestir o como yo les digo "de empresario" y su guitarra clásica. En cuanto lo ví se me olvidó el enojo y la desesperación de que él llegara una hora después.
-Hola. Perdón la demora. Quise probar una nueva ruta según para llegar más rápido y no me sirvió.
-Jajaja. Sí me di cuenta. Te mande un mensaje, pense que no ibas a venir.
-Sí leí tu mensaje, pero no tengo crédito en mi teléfono. ¿Cómo crees que te iba a dejar plantada? Eso jamás, mucho menos a tí. Me dio mucha pena con tu mensaje, ¿te enojaste?
-Pues no, mas bien fue como una decepción. Bueno, pensé, pero ahora que te veo aquí pues no hay tal.
-Que bueno, y en serio perdón. No vuelve a pasar. Yo soy muy puntual, fue cosa del camión y el chofer. Bueno, ¿tienes hambre?
-Mmm, la verdad no. No estoy acostumbrada a desayunar.
-¿En serio? Bueno, por hoy al menos vas a tener que hacer la excepción. Yo te prometí un desayuno.- dijo sonriente.
-Pues sí, tienes razón. Ok, vamos entonces.
Caminamos un par de calles, tomados de la mano. Él insistiendo con sus disculpas y yo perdida en la fragancia que se había puesto. Llegamos a un restaurante que está frente a un parque muy bonito. Me jaló la silla para que me sentara, como todo un caballero y él se sentó frente a mí. Pedimos un desayuno y mientras lo preparaban seguímos charlando.
-¿Cómo te fué ayer en tu trabajo?
-Pues bien, como te dije en las noches siempre me va mejor. ¿Te regañaron en casa?
-Pues sí, lo normal, pero nada de qué preocuparse. El regaño valió la pena.- y cogí sus manos entre las mías.
-Pues sí, valió la pena, pero no me gustaría meterte en problemas. ¿Por qué no les dices la verdad?
¿Decirles la verdad? ¿Estaba loco? Mis padres hasta cierto punto son lo que se considera "buenos padres", ya saben en el sentido de que me dan todo lo que está en sus manos para que me eduque y viva más o menos bien, pero no son ellos precisamente los padres con los que me puedo sentar a hablar cómodamente de todo, como varios de mis amigos sí pueden. Mi papá es un hombre reservado, rara vez esta en casa y rara vez esta contento. Normalmente nuestras charlas tratan de la escuela, que no me drogue, que me porte bien o me largue de su casa. Mi mamá es más tranquila, con ella se puede bromear de vez en cuando, a ella se le piden los permisos, prácticamente nos mantiene a mi hermana y a mí e intercede cuando necesitamos hablar de algo con mi papá, pero ni ella que es más "buena onda" me permitiría tener novio, mucho menos uno ocho años mayor que yo y que acababa de conocer. Además aún no eramos novios, no tenía mucho caso pisar ese terreno minado a cambio de nada seguro todavía.
-Pues no me es fácil hablar con ellos. Además se lo que dirían: NO. Mi papá tiene una regla de oro: nada de salir con chicos hasta terminar de estudiar.
-¿En serio? ¿Por qué?
-No sé, supongo que para cuidarnos a mi hermana y a mí. Claro que he tenido novios, pero siempre a escondidas.
-Oh, bueno... supongo que va a ser un problema que te dejen salir conmigo ¿verdad?
-Mientras haya excusas y pretextos a la mano, tú siéntete tranquilo.- Ni yo me la creí, la verdad es que sí iba a ser un problema, un gran problema y más en esta época de vacaciones, donde no se puede decir "me voy a quedar a estudiar hasta tarde". Algo se me ocurriría, pero eso ya sería después.
Nos trajeron el desayuno que la verdad no se me antojaba. No soy mucho de comer, como una vez al día y rara vez ceno. Hoy tenía que romper la regla de mi alimentación y no era la única que iba a romper en un futuro. Comímos y en lo que yo iba empezando él ya iba a la mitad. No sospeché nada, hasta meses después descubrí que él era un glotón y me preguntaba cuál era su secreto para comer tanto y seguir tan delgado. Él pagó la cuenta aunque tampoco es muy lo mío que me inviten. Siempre cargo mi dinero para pagar mínimo la mitad, pero él no me permitió hacerlo. Nos levantamos y fuímos a caminar al parque. A pesar de que estaba cerca de mi escuela nunca había ido. Mis amigos me invitaban a sus casas a festejar por cualquier cosa o sin festejar nos reuníamos a platicar, beber y fumar pero eso de parques y todo ese ambiente romántico aún no lo conocía.
Fuimos a una banca a platicar, de ahí a una jardinera y de ahí a un quiosco. Andabamos de aquí para alla, como presumiendo que nos teníamos el uno al otro, habando de trivialidades. Nos sentamos en las escaleras del quiosco que estaba vacío y yo compartía uno de mis grandes placeres.
-¿Has leído alguna vez a Oscar Wilde?
-No, no soy mucho de leer.
-Pues deberías, no sabes de lo que te pierdes. Yo me estoy leyendo "El Retrato de Dorian Gray" por segunda vez. Es uno de mis libros favoritos.
-¿Ah sí? ¿De qué se trata?
Y ahí estaba yo, contándole inocentemente la historia del vanidoso, pecador y narcisista Dorian Gray. Me sé el libro de memoria, así que los mínimos detalles que me fascinaban se los contaba y él tan travieso no me prestaba ni pizca de atención. Sus manos empezaban a recorrer de nuevo mi cuerpo, como ayer pero un poco más acelerado. De nuevo me sentía incomoda. No podía negar que mi curiosidad y mi fantasía de que alguien me tratara así estaba haciéndose realidad, pero no era como yo me lo había imaginado. Discretamente traté de apartarme de él para que no siguiera, pero no pude. La pena y la inocencia me cohibieron y me prohibieron pedirle que parara. Cuando por fin se detuvo sentí un alivio que me duró aproximadamente cinco minutos.
-Ven, vamos a otro lado.-dijo él, mientras me tomaba de la mano.
Me deje llevar a un lado más profundo del parque. Estabamos detrás de una fuente tipo catarata, de esas que escurren agua por la pared. Se veía que tenía un tiempo sin funcionar por la basura y el moho que empezaba a aparecerle en los azulejos. Fuimos atrás de ésta dichosa pared y estabamos cubiertos del otro lado por arbustos y árboles, de modo que nosotros veíamos a los que pasaban por ahí y ellos no nos veían, a menos que se fijaran muy bien. Él me apoyó contra la pared, puso su guitarra a un lado y comenzó a besarme con intensidad, comenzó a tocarme todo el cuerpo y yo tan inexperta tenía miedo. En realidad nadie me había tratado de la forma en la que él me trato. Siempre eran besos, mano sudada y abrazos, nada fuera de lo normal y él comenzaba a iniciarme en algo en lo que no estaba preparada. Él no se dió cuenta de mi incomodidad hasta unos minutos después, cuando yo ya estaba al borde del pánico y pensando en que todo estaba mal y sintiéndome "sucia" como muchos catalogan.
-¿Pasa algo?
-Se repitió lo de ayer... No sé, me siento rara, es que no estoy lista para nada de esto, jamás me había pasado.
-¿Nunca? ¿Jamás? ¿Nadie lo intentó? ¿Ni tú?
-Pues no. Me había pasado por la cabeza sí, pero no lo había llevado a la realidad ni pensé que me sentiría así de rara.
-Oh bueno. Prometí que no lo haría y mira nada más. Perdon, es que yo soy así.
Y en realidad sí era así. Después de un rato de disculpas y pena nos encaminamos a irnos. Él tenía un evento y yo tenía que llegar relativamente temprano para compensar el retraso de ayer. Esta vez me subí en la base al camión y me senté, no sin antes despedirme de él con un abrazo fuerte, un beso dulce y una caricia en la mejilla, promesa de que esto iba a continuar.
Y así fué ese día, habían pasado apenas 24 horas desde que habíamos hablado por vez primera y yo sentía como mi corazón se aceleraba con sus mensajes y sus llamadas que no se hicieron esperar después de este encuentro. Cada día ansiaba verlo más y más, sabiendo que los episodios incómodos seguirían repitiéndose y yo tenía que decidir si desistía o le agarraba el ritmo. Él era más grande, ya se había casado y tenía mucha experiencia. Yo era lo contrario, pero no estaba dispuesta a perderlo por mi timidéz. Algo en él me daba esa confianza de aprender lo que aún no sabía. Sabía claramente que con él quería aprender y él estaría dispuesto a enseñarme, aunque a decir verdad ese día me sentí bastante mal con mi conciencia. Ese parque, la famosa Alameda Sur fué cede de nuestros muchos encuentros pasionales, escondidos en la fuente. Cada vez que me llevaba de la mano a desayunar ahí sabía que después comeríamos el postre en la intimidad que el parque nos ofrecía. Al principio fué incomodo, muchas veces tuve duelo con mi conciencia cuando esas caricias se aceleraban y terminábamos ambos con alguna prenda arriba o abajo o nuestras manos en lugares inimaginables. Algunas veces me iba contenta, algunas otras decepcionada de mis actitudes. Él se convirtió en mi droga, en mi nuevo juguete didáctico donde podía aprender y que aprendieran de mí. Los recuerdos amartillaban mi cabeza por la noche y al despertar con un mensaje suyo en el móvil se disipaban para volverse todo un encanto.
Han pasado años desde esos encuentros y aún los recuerdo con detalle. Cuando visito la Alameda paso por ahí y sonrío. Es inevitble.

¿Relaciones Circunstanciales? O ¿Las Circunstancias De Las Relaciones?

-Hola.
-Emm...hola.
-Isaac Del Ángel, para servirte.
-¿Isaac? Tengo un tío que se llama como tú.
-¡Ah! ¡Que casualidad! No conosco a nadie con mi nombre y aún no sé el tuyo.
-Ups, cierto, sí... Bueno, me llamo Eva.
-Mucho gusto Eva, dime, ¿por qué me estabas ignorando?
-¿Ignorarte? ¿Yo? Para nada, tú eras el que se hacía el loco.
-Me hacía el loco porque tú lo hiciste primero.- dijo mientras sonreía.
-Ahhh, bueno... perdón, es instinto supongo.
-Supongo que sí. La verdad es que no sé, no tengo experiencia en ese sentido, no me había pasado algo así antes.
-A mi sí.- dije, mientras una voz en mi cabeza decía "duh, se supone tiene que ser especial"-. Bueno, si antes, pero no así como ahora, fue algo muy distinto.- dije, como queriendo eliminar las palabras que habían salido primeramente de mi boca.
-Jajajaja, bueno te creere. Y ¿qué andas haciendo por aca? ¿Veniste a la escuela?
-Si de hecho, vine a ver una calificación y para matar tiempo me comí un helado, ya iba camino a casa.
-Ah, que bien. ¿Por dónde vives?, si no es indiscreción.
-Vivo en Tláhuac, bien lejos. ¿Y tú?
-¿En serio? ¿Vives en Tláhuac? Que casualidad, yo también. Yo vivo en la Nopalera.
-¿Nopalera? No conosco, yo vivo en Tlaltenco.
-Ah bueno, somos medio vecinos, estamos a una media hora de distancia.
-¡Ah! Pues esta bien entonces, si somos algo así como vecinos. ¿A qué te dedicas?
-Soy músico, toco la guitarra.
-Sí, veo que sí. ¿Qué música tocas?
-Pues las que me pida la gente, jaja. Toco un repertorio de género romanticón. Trova, tríos, balada y música de esa. Tal vez no las conoscas, no veo que sea muy de tu estilo.- Y en realidad no lo era... yo andaba todavía en esa etapa en donde se empiezan a definir los gustos. Escuchaba del rock y punk que escuchaban los chicos de mi escuela, la influencia de mi hermana y de mi papá.
-Mmm... pues casi no conosco, mi papá tiene uno que otro disco de esa música, de repente los pone pero no es muy lo mío.
-Sí, bueno... ¿Tú tocas? Te vi muy interesada en mi guitarra mientras nos hacíamos los locos.- dijo de nuevo, con otra sonrisa.
-¿Tocar? Bueno pues si, algo. He tomado clases pero no soy Hendrix ni algo que se le acerque siquiera. No me sé ni una canción completa y en realidad sin mi libro no sé nada.
-Mmm, que mal. Yo quería que me mostraras tus notas. Ya sabes, nada más por tener algo de que hablar.
-Bueno, pues yo no sé, pero tú puedes enseñarme tus canciones. Digo, si quieres.
No lo pensó mucho, tomó su plumilla, se ajustó el talí y comenzo a tocar. Esta sí la conocía, una de las canciones que en ese entonces "toleraba" aunque no la escuchara a menudo y que tiempo después se volvería una de mis favoritas: "Sin tu latido", de Luis Eduardo Aute. Me sentí maravillada, no solo por su interpretación, sino porque por fin había conocido a un músico y estaba ahí, tocando para mí. Ya podía tachar eso de mi lista y podría tachar muchas cosas más, depende de como se fueran dando las cosas.
-¡Goau! Esa canción si la conosco, me gusta mucho. La tocas lindo y tienes buena voz.
-Jaja, gracias. Todavía me falta mucho, pero creo que no voy tan mal. Tú me debes una canción, ¿eh? no creas que te me vas a escapar de hacer el ridículo como yo lo acabo de hacer.- Me reí y me sonroje. No sabía qué vendría despues.
-¿Y tú qué andabas haciendo por aquí?
-Pues estaba esperando a un amigo. Tocamos juntos y siempre nos vemos aquí, pero creo que me dejó plantado. No me extraña nada.
-Uy, que mal. - dije, aunque en realidad me daba un gustazo que lo hubieran dejado esperando para yo encontrarlo. Solo rogaba al cielo que su amigo no apareciera y me dejara por él.
-Bueno Isaac, y ¿cuántos años tienes?
-Yo tengo 24, ¿tú?
-Pues yo tengo 16.
-¡Ah! Te ves un poco más grande.
Típico, "te ves más grande". Nunca he sabido si eso es un cumplido o una forma de decir "¿En serio? Yo te hacía más vieja". Tampoco sabía si lo hacía para sentirnos menos incomodos por la diferencia de edades o para justificarse con bandera blanca que no estaba infringiendo la ley.
-Pues tú sí te ves de 24.
-Jaja, bueno, supongo que esta bien eso. Oye, tengo una pregunta, ¿te puedo dar un beso?
En realidad no pensé demasiado la respuesta. Desde que lo ví cruzarse en mi camino tenía ganas mínimo de decirle un "hola" y ahora él me pedía un beso. No quería verme tan fácil, pero ambos sabíamos que si nos habíamos estado coqueteando era precisamente para llegar a ese momento culminante del beso y demás cosas.
Antes de que pudiera darle una respuesta, él ya se había acercado a mí y me besó. Fue un beso que la verdad no me gusto. Desesperado, húmedo, de esos que yo critico tanto. Nunca me han dicho a mí si soy buena para los besos o no, pero siempre sigo el ritmo que el chico que tenga mi boca en ese momento me ponga. A él no lo pude seguir. Sentía que me hundía en su paladar, que no iba a salir viva y era obvio que él no había besado a nadie en mucho tiempo. Se reflejaba todo en su desesperación, en sus ganas. Después de una sesión de unos 3 minutos salí con vida.
-Eso estuvo bien. - fingí.
-Jaja, no sabes mentir Eva. Pero en fin, te creere nada más para no sentirme ridículo.
Con esa respuesta me dió pauta a preguntar...
-Supongo que no tienes novia, ¿verdad?
-No. Soy soltero. ¿Y tú?
-Pues no, nada. Hace una semana terminé una relación con alguien. Bueno, ni era relación. Solo una salida y ya con eso formalizamos. La verdad ni nos veíamos.
-Ah bueno. Que bueno que te sinceras. Yo no tengo novia, soy casado.
¡PUM! Fue como si alguien me echara un balde de agua fría. Toda la utopía se había desvanecido a causa de la palabra "casado". C-A-S-A-D-O. Era algo que yo no me permitía. Podía tener una relación con alguien en casi cualquier ciscunstancia. La verdad es que no soy tan superficial, pero tengo 3 reglas básicas e inquebrantables para tener una relación: NO menores que yo, NO personas que me lleven más de 10 años, NO casados. Siempre he dicho que no me gusta ser plato de segunda mesa, ni aperitivo ni postre. Además no soy ese tipo de mujer, las famosas "rompehogares".
-¿Casado? ¿En serio estás casado?
-Sí. Bueno no... bueno sí. La verdad no se, la historia es algo larga y no se si haya terminado o no. Tengo un mes de haberme separado de mi esposa, pero no sé si es definitivo.
-Pero ¿ya no vives con ella? ¿ya no la ves?
-No, nada. Recogió sus cosas y no he vuelto a verla ni a hablarle.
-Y ¿tú que crees? ¿que regresen?
-No sé, todo puede pasar. Vivimos 3 años juntos, es difícil el "No" definitivo.
Sí, en cierta parte lo entendía y en cierta parte no me importaba su esposa, que en realidad ya era su ex. Lo poco que había pasado ya me emocionaba y al saber que se habían separado un mes antes me reconfortaba con esos aires de no estar haciendo nada malo.
-Bueno, no sé que decirte en realidad.
-Yo sí. Ven, te invito algo de tomar.
-¿Y tu amigo? ¿No se enoja que te robe?
-Jaja, no, ¿cómo crees? Ni que fuera mi novio.
Novio. Él no lo sabía, pero ya se había condenado en que en conversaciones futuras no le diría "tu amigo" sino "tu novio" al susodicho que lo dejó plantado, como una broma inocente pero pesada.
Caminamos hasta un puesto callejero de periódicos muy comúnes, donde te venden chucherías, vícios y bebidas. Él pidió un agua y yo también, aunque en realidad no soy muy de agua, pero había que quedar bien y una imagen mía tomando Coca-Cola no me beneficiaría mucho. Seguimos caminando más y más. Música, familia, estudios, trabajo, amigos y animales fueron nuestros temas de conversación, hasta que paramos en seco.
-Que pena me da, pero creo vamos a tener que regresar a la plaza. Necesito ir al sanitario.
-No tenemos por qué regresar, aquí hay un Kentucky. Ven vamos, yo también quiero ir.
Lo tomé de la mano y cruzamos con agilidad el tránsito. Entramos y como en cualquiera de esos restaurantes de comida rápida, fingimos que nos interesaba el menú mientras nos turnabamos para entrar al baño. Cuando los dos hicimos lo nuestro, salimos corriendo del lugar, no sin antes recibir miradas furitivas y con el mensaje de "vetado" de los empleados. Nos perdimos entre la multitud que iba y venía en la calle.
-Nunca había hecho eso, siempre me dió algo de pena.
-¿Cómo crees? Yo lo hago todo el tiempo. Tienes muchas cosas que aprender peque.- Y fue ahí donde tomé la mano de mi peque, ese peque que de peque no tenía nada. 1.83 metros de altura lo comprobaban. Cruzó sus dedos con los míos y seguimos caminando.
-Ven, ahora me toca a mí llevarte a un lado.
Caminamos a paso acelerado y llegamos a unos edificios, una vecindad de esas elegantes donde nunca falta el jardinsote con árboles decorativos. Fuimos al jardín, él se despojó de su guitarra y se acostó en el cesped. Yo me deshice de mis pertenencias igual y me senté al lado suyo.
-No. Ven haste para acá. Estás muy lejos.- y con un rápido y ágil movimiento de sus manos y brazos me puso encima de él, como si ya tuvieramos mucha confianza para hacer ese tipo de cosas. Yo me moría de pena, no soy una chica peso pluma, tengo mis kilitos de más y él sin embargo, era delgado. No quería que resintiera mi peso sobre él y se diera cuenta de mi inseguridad, mucho menos de miis kilos. En esta época tan superficial hay que cuidar hasta el mas mínimo detalle. Lo logré.
Seguimos platicando, él contándome más sobre su relación con su ex, sobre su soledad ya que su familía vivia en Óregon, en los Estados Unidos, un poco de sus amigos, de sus hobies, de sus deseos, sus metas, sus proyectos. Yo compartía lo mismo que él me contaba, pero claro mi vida no era ni tan dramática ni tan espectacular como la suya. Mi vida era hasta cierto punto normal, solo los típicos problemas en casa y nada más.
Entre palabra y palabra nos mirábamos con ternura, tomábamos nuestras manos, sonreíamos y a menudo hacíamos el juego de "¿qué me ves?" y el "no, nada" acompañado de un suspiro. De repente volvimos a besarnos, esta vez más tranquilos, sin tanta tensión y fué ahí cuando me dí cuenta que en realidad no besaba mal. Mis manos pasaban por sus cabellos y mis antebrazos en el cesped para no perder el equilibrio. Él recorrió mi cuerpo con sus manos. Mi cabeza, mi cuello, mi espalda y un poco más que me hizo sentir bastante incomoda. Él lo noto.
-¿Qué pasa?
-Nada, me siento rara. Nunca me habian... bueno, tú sabes. No de esa manera.
-¡Ah! Perdón. En serio, disculpame. No sé que decir, que pena.
-No, no te apures. Solo fue... raro.
-Sí, raro. Me imagino. No vuelve a pasar, te lo juro.
Mi respuesta fué una sonrisa y un beso tierno. Después de ahí me acosté a su lado. Lo abrazé y él me correspondio. De nuevo besos, suspiros, palabras. Me hundí en sus pupilas, sentía algo maravilloso dentro de mí, hasta que alguien rompió el encanto.
-¡Váyanse a un hotel!- No, no era mi conciencia, era una señora asomada desde la ventana de un edificio que seguramente había visto todo nuestro show en silencio, esperando el momento preciso para corrernos a falta de algo mejor que hacer.
Él y yo nos reímos, tomamos nuestras cosas y nos marchamos tomados de la mano. Miré el reloj y ya era bastante tarde, así que le pedí me acompañara a tomar el camión. Él iría a trabajar, así que no pudo acompañarme en el recorrido del mismo camión que nos dejaba a ambos en nuestras respectivas casas. Caminamos y platicamos más, hasta que llegamos a la parada más próxima del camión.
-Me la pasé muy bien. En serio, gracias.
-No me des las gracias, para mí un placer. Tenía mucho ya que no disfrutaba estar así con alguien.
-¿Sabes? Deberíamos repetirlo, claro solo si tú quieres y puedes.
-Mmm, no se la verdad. Con lo que te conte de mi ex... No quiero que pienses que juego contigo, la pasé muy bien pero no sé en realidad que vaya a pasar.
Su respuesta me puso triste, pero no podía hacer nada para que cambiara de opinión. Pensé tal vez, que esta había sido una de esas "experiencias religiosas" de lo que muchos alardean. Me llevaría un buen recuerdo sin duda, solo un recuerdo.
-Bueno, esta bien, te entiendo. En fin, me voy ya, me van a matar en casa. Cuídate y pues gracias, supongo.
-No, espera. Tengo una idea. Dame tu número, te doy el mío y nos estamos llamando. Además mañana estoy libre en la mañana, si tu quieres salir y no tienes nada que hacer.
-Me gusta tu idea. Dale con el número.
Y así, intercambiamos números. Anoté el suyo con la inseguridad de que me diera uno falso y yo dí el mío verdadero. Me pidió que escribiera su nombre como Dios manda, Isaac, con doble A y con una C. Le molestaba que la gente lo escribiera diferente y eso a mí me daba gracia. Quedamos acorde para vernos al día siguiente, en el mismo lugar, un poco más temprano.
-Bien, entonces mañana nos vemos.
-Sí, espero que sí. ¿Seguro que no te vas tú también?
-No, tengo que trabajar. Ya sabes, para mañana invitarte el desayuno o algo. Todavía es temprano, además en la noche siempre me va mejor.
-¿Sabes que podrías hacer? Subirte a los camiones y tocar. Yo veo que se suben y les va bien. Más a tí, tienes talento y la imagen para que te vaya bien.
-Jajajaja. Solo una vez lo he hecho, me moría de pena. Además iba acompañado.
-Pues deberías, yo te acompaño. Claro, no voy a hacer nada porque no sé tocar ni cantar, pero te puedo echar porras.
-Tengo una mejor idea. Yo me subo a tocar, tú cantas y listo. La canción de hace rato, para que veas que no te la pongo dificil.
-¿Yo? ¿Cantar? Estás loco.
-Pero si tú lo propusiste. Ándale. Es más, dejame sacar la guitarra.
-¡No! ¡Ni te atrevas! Estaba jugando. Si supiera con gusto lo hago, pero no. No hago gratis el ridículo.
-¿Quién dijo que va a ser gratis? Te doy la mitad de lo que me den. Así te vas gratis a tu casa.
-Jajaja. Bromeaba Isaac, en serio. Que pena, ¿cómo crees? Otro día con más calma, ¿vale?
-Bueno. Pero otro día ¿eh? Ya te dije que no te vas a salvar de cantar o tocar una canción.
Y pactamos el trato con un beso, lindo, tierno. Un beso de despedida. Me trepé al camión que iba llenísimo. Otro de mis caprichos es procurar tomar el camión desde la base para irme comodamente o en su caso, tomar el más vacío, pero éste lo había parado Isaac y yo no podía negarme ante tal gesto. Estaba cansada y pedía a gritos un asiento vacío, que por cierto no habia. No me importaba en realidad, hoy podía desistir de ese deseo con la sola compensación de haberlo conocido y de haberme pasado un rato increible con él. Me subí y mientras se alejaba el transporte, me despedí con la mano, como en esas escenas de película cuando empieza a salir el tren de la estación. El me devolvió la despedida y me mandó un beso al aire. Cuando lo perdí de vista, pague mi pasaje, indiqué mi destino y me recorrí al fondo del camión, como es costumbre y regla.
No podía creer lo que acababa de pasar, no sabía si era realidad todo este encanto y no sabía con certeza si en realidad lo volvería a ver. Se desocupó un asiento y me sedieron el paso para que lo ocupara. Me senté afortunadamente en la ventana, contemplando el tránsito, los paisajes, la gente. Un dolor en mis labios me recordó lo que había acabado de vivir. Miré mi espejo y los tenia rojízimos, como si los hubiese pintado de carmín. Era la prueba de que nada de esto había sido utópico, eran sus besos tatuados en mis labios y la esperanza de ver de nuevo su sonrisa al día siguiente. Rompí mi rutina de ponerme los audífonos y poner la música a todo volumen para remplazarla por los recuerdos de hoy, por cada detalle que viví y compartí con él.
"¡Que estupidés!" Me atreví a pensar. Acababa de conocerlo y ya lo extrañaba. Esperaría con ansias el día de mañana. No quería pensar que ya era amor porque eso haría mi idea de extrañarlo aún más estúpida. Lo sabía, pero no quería admitir que ya lo amaba. Bastaron solo unas cuantas horas para enamorarme de él y unos segundos para que él habitara en mi cabeza. Pensé en inventarme una buena excusa para justificar mi retraso. No podía llegar y decir que había pasado la tarde con un extraño. Ya pensaría algo, la lluvia, el tránsito lento, un accidente, una salida con amigos, cualquier cosa. Por el momento solo me importaba una cosa. "Doble A y una C" murmuré, mientras me quedaba dormida en el vaiven del camión.

La Culpa La Tiene El Destino

Mi primer episodio, capítulo o como le quieran decir. Este blog esta dedicado a la memoria de un hombre al que le entregué todo a cambio de nada, el hombre que me amó a su manera, de quien me enamoré y por quien soy lo que soy ahora.
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Fué un Lunes, 5 de Mayo del 2008 para ser
precisos. Yo me levanté temprano para recorrer 2 horas en el transporte y revisar una calificación que me esperaba y me diría si me condenaba al infierno de sufrir un examen final o no. Me vesti normal, con mi estilo "emo" que mis amigos me dieron el (dis)gusto de etiquetarme: converse rotos, pantalón negro y una camiseta roja, con los típicos accesorios: pulseras y collares baratos. Un maquillaje informal y un peinado que me hacía sentir bonita completaron el cliché.
Salí al frío, puse mi música y sin más ni mas me dispuse a hacer ese recorrido para mi eterno y estúpido de viajar, ver una lista y regresar a mi casa a no hacer nada. En fin, llegue cheque y me salvé del infierno que otros de mis compañeros estaban a punto de vivir. No tenía más que hacer, así que me senté en el frío concreto, me fumé un cigarro y dejé que el tiempo siguiera su marcha hasta que saliera un poco de sol y me diera la gana de regresar a mi aburrida rutina de las vacaciones veraniegas.
Dieron las 12 y pensé que sería preciso marcharme, me haría otras dos horas de camino entre calor, cuchicheos, cumbias y groserias del transporte. Llegaría, comería, seguro vería televisión, computadora, más televisión y dormir. Típico. Me dispuse entonces a irme, me despedí, tomé mis cosas y decidí caminar hasta la parada de mi carrosa pública que se encargaría de llevarme a casa. Caminé cerca de 10 minutos y llegué, un poco acalorada, un poco antojada. Fuí a una de esas plazas fresas que quedan justo frente a la parada y me dispuse a comprar un cono de helado. Nunca me ha gustado ir a esos lugares, donde va pura gente ricachona con aires de grandeza a gastar el forro de la quincena en tonterias y te miran de arriba a abajo como diciendo "a esta no la deberían dejar entrar". En fin, me hice la loca, subí por mi helado y bajé lo mas rápido posible.
Tengo mis caprichos, uno de ellos es que no me gusta comer mientras voy en el camión, por eso del ajetreo, la gente, ir como sardina y pensar que con un frenon todo se te va a las piernas y terminas como vómito de crío. Me dispuse entonces a comerme mi rico helado afuera de la dichosa plaza, en una jardinera cerca del camión para terminarlo e irme directo. Me quité la chamarra morada y rota que en ese entonces era mi favorita aunque me diera un aire de pordiosera y la puse al lado. Me comí mi helado con todo el placer que mi paladar pudo brindarme, mientras en mi teléfono con manos libres sonaba una canción de The Beatles, típico en mi soundtrack.
Tarareaba el "All you need is love" sin emitir sonidos de mi boca, solo moviendo los labios cuando lo ví por primera vez. Divino, hermoso... épico. Vestía unos jeans gastados color azul, una chamarra deportiva azul con blanco, unos "tenis casuales" de color café y una guitarra. No era el mejor atuendo, lo sé, pero me fascino. Nuestras miradas se cruzaron y me brindó una sonrisa cálida, tan cálida que se me olvidó el bochorno del sol y que el helado empezaba a gotear en mi mano. Sonrisa perfecta, ojos grandes, alto, cabello oscuro, piel clara y una barba de esas sexys de 3 días sin rasurar. Era mi hombre perfecto, como me lo había recetado el doctor.
Lo salude con muchísima pena y me voltié como si no lo hubiera visto. Pense "¡Wow! ¡Es magnífico! Pero es mucho para mí" y me resigne a mi mala suerte, a mis Beatles y a mi helado. Después de morder el cono y limpiar mis dedos escuche el sonido más hermoso: el rasgueo de una guitarra. Sublime, espontáneo y delicado. Miré hacia atrás y estaba él, a unos 3 metros de distancia, sentado, afinando su guitarra como todo un experto en el arte, metido en su mundo y yo sumergida en su imagen, hasta que sintió mi mirada y alzó su cara de golpe. No pude ser más tonta y voltear pensando "tragame tierra", con mis mejillas ya rosadas y mis manos frías, temblando... Lo miré de reojo y me dí cuenta que él me miraba a mí, con dulzura, riéndose de mis actitudes bobas y mi torpeza para encubrir lo que pasaba dentro de mí. Me reí también. Miré el reloj y ya habian pasado 40 minutos desde que supuestamente ya me iba a ir. Estaba en un dilema, no sabía si irme o quedarme a ver que pasaba. Ya era obvio que algo pasaría, pero recordando mis experiencias pasadas con desconocidos era una pauta para salir corriendo y olvidarme de todo. No lo hice.
Estuvimos en ese "coqueteo" cerca de 20 minutos, hasta que él me invitó a sentarme a su lado. Yo me hacía la loca, la despistada... no sabía, estaba en un dilema moral y emocional. Siempre he sido impulsiva, defecto o cualidad, no lo sé, pero quien manda en mí siempre es mi corazón, así que después de muchos ruegos de parte suya me animé a levantarme y sentarme junto a él. Los 3 metros de camino se me hicieron eternos, no sabía ni qué le iba a decir o qué pasaría despues... Lo único que sabía con certeza es que me iba a gustar y lo que no sabía aún era que iba a estar con él el resto de sus días.